"Menos mal que existen los que no tienen nada que perder, ni siquiera la historia."

17 de Enero ,San Antón.Día primero de la nueva era

 Día primero de la nueva era. Nueva para mí que arranco el blog de brazoleño ante la imposibilidad de arrancarlo a él mismo. Nueva en su triste vejez reiterativa, en este repetir con distinto formato las mismas hazañas una y otra vez. ¿Repito de nuevo que no entiendo a mis conciudadanos, que me siento rara y distante pese a mis esfuerzos por empatizar?
   
   Hoy, dia de San Antón, observo en los noticiarios tres o cuatro cosas de esas que me erizan y hacen aflorar las púas del desapego. Para abrir boca, decenas de personas, no todas creyentes, formando largas filas ante la iglesia para llevar a bendecir a sus mascotas. Pleno siglo XXI, pleno invierno en España, así que  perritos, gatitos y conejitos y demás –itos (No cabría aquí evitar el diminutivo)  lucen toda suerte de adminículos, supuestamente confortadores para que aguanten el frío y la espera o sencillamente, para que estén guapos. Estoy convencida de que estas mismas personas se horrorizan y claman contra el maltrato animal, que me tildarían de exagerada si leyeran estos pensamientos, pero ¿Se han dado ustedes cuenta de la burla, la falta de respeto a su propia condición que supone convertir al animal en un maniquí grotesco? Evidentemente hay grados, no seré yo quien lo niegue, pero ¿Han llegado ustedes a pensar en cuánto dinero dedicamos a estas prácticas mientras nos quejamos de la crisis, mientras familias enteras acuden a comedores sociales o duermen en el metro por no tener donde calentarse? ¿En qué sociedad vivimos? ¿Y qué decir de nuestro sentido cívico? Muchas de esas personas que dedican horas a maquear a su compañero irracional y a esperar la consabida bendición, que posan encantados para las cámaras de tv, son las mismas que no perderán un segundo en educar a su Cocó, a su Fifí, a su Manolito no ya en conductas civilizadas, cosa de humanos a fin de cuentas, sino incluso en educar como al espécimen que son, a que complete su maduración como ejemplar de una especie determinada, los mismos que no dedicarán dos minutos y una bolsa vieja a retirar los excrementos que el  animal pueda depositar en una acera o en un parque, haciéndonos a todos partícipes de su desidia. Son los mismos que se ofenden si les reclaman que lleve a su perro asocial sujeto o que le coloque un bozal, pero no tienen empacho en ponerle cuernos de reno en navidad, tutús de bailarina en nochevieja o un pompón fuchsia sobre sus hermosas guedejas cuando llegue carnaval.

   No seré yo quien niegue que en muchas leyes y ordenanzas respecto a la tenencia se han  ignorado por completo las necesidades de los animales, no negaré que muchas supuestas soluciones contribuyen a empeorar las cosas y son más el resultado de iluminaciones repentinas que de sesudas reflexiones. No. Tampoco niego la necesidad de protección exhaustiva de aquellos a quienes nosotros mismos estamos martirizando y extinguiendo. Es precisamente esa convicción la que me lleva a invitar a los humanos occidentales de buena voluntad con los que creo convivir a que mediten un poco más allá de las campañas, a que evalúen su propio yo, sus modos, sus posturas ante cuestiones como las que me ocupan. ¿Protección? SI, ¿Adopciones? Siempre que sean posibles, pero vamos a ser un poquito honestos con nosotros mismos antes de dar el siguiente paso ¿Cuánto sé de aquel de quien elijo ocuparme? ¿Cuánto hay de autoafirmación, de terapia personal encubierta, de juego adulto en mis elecciones?

   Todos somos culpables. No es suficiente colgar en las redes sociales fotos de galgos ahorcados, de toros malheridos por una pica , de focas apaleadas, no basta indignarse ante las grandes evidencias y hacer una donación puntual a alguna ONG, ni tan siquiera es suficiente militar en ella,  hay que cambiar desde dentro, asumir de una repajolera vez que mal que nos pese no somos el centro de la creación, sino una pieza más del engranaje, una pieza con el terrible poder de averiar la máquina hasta dejarla inservible. Las grandes obras comenzaron  también por pequeños gestos.