"Menos mal que existen los que no tienen nada que perder, ni siquiera la historia."

A media asta

No estoy segura de que sea lo que querrían ellos. No imagino a mis padres, a mis tíos, a mis vecinos, complacidos por un luto permanente de los suyos. Esto me recuerda más bien a aquel tiempo en que los lutos eran perennes, en que se encadenaban uno tras otro y sumían a la familia, y en especial a las mujeres de las familias, en una oscuridad vital continuada.

Creo, y así me lo transmitieron muchos de ellos, que mis mayores no luchaban para ponernos de negro la existencia, sino para que el color entrase a raudales por puertas y ventanas en cuanto fuera posible abrirlas. El color es variedad, matiz, evolución y cambio. El negro es egoísta, todo lo absorbe sin compartirlo. La ostentación del dolor es vanidosa. Nada tiene de bondadoso exhibir imponiendo a los otros ese duelo. La pena honesta es discreta y no busca ser contagiada, sino curada. Empeñémonos en curarla.

Pienso que este terrible episodio tendrá muchas más víctimas que los difuntos que recontarán las estadísticas y que precisamente por respeto a ellos y por recuerdo de quienes se marchen definitivamente, deberíamos hurtarle al enemigo esa victoria. Por los niños, por los abuelos que quedarán, por nosotros mismos, no deberíamos vivir en luto continuado desde hoy mismo y ni aún a partir de que se declare frenada la pandemia. Sí comparto la idea del recuerdo, de la memoria constructiva y reparadora.

Un homenaje acaso cuando la tormenta haya pasado, homenaje a cuantos de un modo u otro, con mejor o peor fortuna, han tratado de oponerse a ella. Puede ser, quizá como una forma de catarsis para volver a nuestras cosas de antes... O para no volver, que igual era mejor manera de honrar a esos caídos que envolvernos en lutos impostados, en crespones de toda textura. Mejor usamos todos estos lienzos para hacer sábanas, batas y mascarillas para que cuanto antes todo esto sea una cruel lección.

No me falta dolor, incluso quienes me conocen podrán dar fe de cuan a menudo visto de negro, pero en esta circunstancia más que nunca, creo que proponer banderas a media asta y lutos generalizados, sin fecha final conocida, me parece no solo mala y deprimente idea -que en poco ayuda- peor que un brindis al sol, me parece un uso torticero –uno más- de víctimas que no nos pertenecen. Ahora toca ser fuertes, constructivos y luminosos.

No me sumo a las medias astas, me sumo a las astas completas, a las  libres, las que trotan sobre testas felices por los campos que empiezan a cubrirse de cardos y amapolas, me sumo al canto de los pájaros, al croar de las ranas y al estrépito de los niños que juegan en el pasillo con convicción de que jugarán también fuera con toda la gama de colores que la vida ofrece.

Fuera de la burbuja

Me gustaría creerme, como tantos creen, que este episodio nos hará más sabios, más buenos, más empáticos y más todo. Me gustaría creerme todo eso mientras ando contando por enésima vez lo que tenemos y repartiendo y reconsiderando a ver si logramos estirarlo un poco más, mientras escucho al otro lado de la valla del patio a un grupo de niñatos que ríen, vocean y hacen alarde de su incumplimiento. Me gustaría creerme que son solo ellos y que, sencillamente, me han tocado más cerca... Pero no puedo.

Igual me fabricaron demasiado escéptica o yo misma me hice demasiado pobre para ahorrar a fin de mes lo no gastado, para tener Netflix y HBO y todas las plataformas donde, parece ser, se encuentran millares de opciones de divertimento quienes pueden, para no tener que apagar la plancha si enciendo la lavadora o para no tener que cortar el router si quiero llamar por teléfono a la familia y para no elegir entre calentar agua para ducharnos o calentar la comida otros cuantos días, porque no sé cuánto durará el butano ni si el repartidor que trabaja a destajo y casi sin protección seguirá activo dentro de unos días. Me ayudaría bastante no tener que explicar que, si no pagamos con plástico es porque ni siquiera tenemos una tarjeta y una cuenta de la que tirar y no porque nos motive mucho obligar a las pobres cajeras a darnos el cambio en metálico. Me encantaría, de verdad, no tener que pensar en tantas otras cosas... Pero vamos, que seguro que se trata sencillamente de que no me he esforzado lo bastante, de que no cerré los ojos y apreté los puños con ganas y  no lo quiero con suficiente fuerza como para lograrlo y que el resto de la población está mejor, porque ellos sí que han sabido desearlo.

Debe ser por este mal origen por lo que me es difícil entender algunas peticiones que leo en estos días. ¿Qué es lo imprescindible? ¿Aquello sin lo que no podrías aguantar esta racha? ¿O te planteas bien en serio y con detalle lo que necesitan los otros, LOS DEMÁS? ¿Es empatía lo que te anima a proponer que se abra toda la semana excepto los domingos? ¿Y por qué no los martes o los viernes si la idea es liberarles una jornada a los empleados obligados a trabajar en un tiempo sin días? ¿O por qué no combinar para asegurar al tiempo su libranza y los suministros? Entiendo que ni yo ni los autores de esas cadenas tienen en su mano todos los elementos para decidir al respecto, por eso no las secundo. Como ocurrencias bienintencionadas las tomo, aunque a ratos temo que  para bastantes no son ni  eso, y que solo se trata de conseguir los dichosos “likes” ¿Y qué decir sobre la inflación de supuestas actualizaciones de datos de todo cariz?..
Pues eso, que el confinamiento y las carencias agravan el escepticismo y no es por cuestión de macroeconomía,  que nunca nos ha tenido en cuenta y no va a hacerlo ahora, se adorne como se adorne.

Me gustaría, en serio, creer que saldremos de esta más altos y más rubios y más guapos todos, pero la verdad es que por ahora solo tengo la certeza de que muchos tampoco saldremos esta vez, aunque el agente directo no sea el coronavirus y que los demás seguirán a la suya, tropezando en sus piedras hasta el siguiente batacazo.

Coronas y virus

Ayer, sobre la marcha, me resulto simplemente innecesario. Hoy, con el reposo nocturno, me resulta aún peor, DESVERGONZADO Y FALTO DE ESCRÚPULOS. 


Salir a hacerte la foto del paternalismo decimonónico, golpearnos condescendientemente la espalda y probar a lavarte las manos A NUESTRA COSTA una vez más -y no por higiene o salud colectiva, sino porque ni todo el papel higiénico que acaparan tus compatriotas te alcanza para limpiarte la que debería venírsete encima- es la confirmación de tu desfachatez de tu falta de empatia, de tu desconexión interesada con tu país.


Por suerte, ciudadano Borbón, estamos tan ocupados en sobrevivir a esta pandemia, que pasará tiempo antes de que debas enfrentarte a estos errores, pero no por tu mérito, tenlo bien claro. ¡Y que lo tengan quienes te acompañaron ayer en el vergonzoso intento de salvar los muebles haciendo que hacías!


No, Felipe, no estabas tan preparado como nos contaron, quizá porque nadie puede preparar a otro para la empatía, porque la sensibilidad innata se tiene o se carece de ella y es a partir de ese don natural desde el que después se trabajan las habilidades sociales. Ni eres Churchill ni necesitamos que lo seas. Vivimos en otro siglo y hemos pasado demasiadas cosas para que nos sirva un discurso vacuo, impostado y sin alma al que solo le faltó un arbolito navideño y tres guirnaldas para hacernos creer que detrás vendrían los langostinos, la sopa de albóndigas de la abuela Juana y los turrones.


 Debiste dejarte la mascarilla puesta para no ofender la inteligencia de tus maltrchos conciudadanos. Mejor confínate del todo y cuando el virus pase, volveremos a hablar.