"Menos mal que existen los que no tienen nada que perder, ni siquiera la historia."

Decimocuarto día del mes tercero (A Javier y sus compañeros, porque seguimos sin ser todos iguales)


    A veces Brazoleño calla, no por falta de cosas que decir, sino por tristeza, por cansancio o por una incómoda mezcla de ambos. A veces es tal la indignación que es difícil ordenar en un texto la rabia Es el  caso de estas semanas. No sin dolor contemplo como mis coetáneos, esos seres pensantes que me rodean, van dejando que las cosas sucedan. Con resignación los menos, con convicción de hechos consumados los más y, sobre todo, lo que más daño hace, apostolando sobre la conveniencia de estos hechos.

   En las últimas semanas, tras dar carpetazo a toda convicción de progreso, de solidaridad y de coherencia, los convecinos de Brazoleño, los nuestros en suma, acuden presurosos a la guillotina, lapidan con precisión de tiro a parientes y compañeros, se ahorcan a sí mismos eligiendo la soga más oportuna y miran mal a quien se niega al sacrificio…

   No me cabe pensar, así las cosas,  que equivoqué los signos o que me engañaron. Y no, yo no hablo del engaño de los gobernantes; bien he sabido desde muy pronto qué cabía esperar de este modelo tan bien empaquetado, hablo de esas personas que parecían correr a mi lado hacia una misma meta, que tomaban o pasaban el testigo resollando a mi costado. Esas personas a las que ahora leo y escucho atónita reclamar al sindicato lo que nunca se atrevieron ni se atreven a exigir al patrón, vilipendiando al maestro por lo que no han sido capaces de enseñar ni aprender, descalificando al parado quienes por su quietud han contribuído a prolongar este estado de cosas.

    Brazoleño no entiende (Y así le va) que sus coetáneos estén asumiendo no ya resignados, sino con pleno entusiasmo consignas como “Todos los políticos son iguales”, “Los sindicalistas son unos aprovechados””Los maestros son unos frescos que tienen más vacaciones que nadie y encima hacen huelgas””Los funcionarios son unos vagos””Los parados no quieren trabajar”…. ¿Pero de verdad vivimos todos en el mismo país? ¿De verdad hemos ido a las mismas escuelas, escuchado las mismas músicas, acudido a los mismos hospitales…? No parece posible.

   El españolito con quien Brazoleño sube en el autobús y compra el pan cada mañana ha asistido inmutable a hechos que parecen baladíes, pero que sus padres y abuelos consideraban sueños inalcanzables y ahora, con la misma impasibilidad, con el mismo adocenamiento, vuelven a la línea de salida repitiendo los mantras: “Todos son iguales” “Es por la crisis”.

    Por la crisis admitiremos el descrédito de colectivos que son tu hermano, tu vecina, el chico que siempre te gustó,  el hombre que te da los buenos días en la plaza, la que pasea al perro en tu misma manzana…Todos nos hemos vuelto sospechosos de antipatriotismo porque no entendemos que desmantelar los pocos, exiguos logros, sea el camino más conveniente. No, Brazoleño ni lo asume ni lo acepta y no tiene patria que salvar. Si su patria se llama mezquindad, cortedad de miras y pancismo, nada la hace estimable.

   Es cierto, y por eso Brazoleño no está afiliado a sindicato ni a partido alguno, ni lo ha estado nunca, que muchas de esas estructuras de representación propician el abuso y es también cierto que durante estos años, muchas de sus decisiones se contradecían de modo evidente con  lo que piensa, pero también es cierto que hacer desaparecer esas estructuras sin alternativas funcionales es sencillamente volver a todo aquello que quisimos desterrar para siempre de nuestras vidas.

    A ratos Brazoleño, que siempre pensó que nuestro caudillo era un mediocre que llegaba a tiempo a casi todas partes (amén de otros detalles que no vienen al caso) tenía toda la razón al anunciar que todo estaba atado y bien atado: Dejadlos correr, hemos dedicado tantos años a convencerles de que nada puede hacerse que, a poquito que se encuentren en dificultades, volverán al redil sin empujarlos y sancionando a otros por no hacerlo.

   Me parece increíblemente doloroso que los hijos de personas que tuvieron que trabajar sin contratos, sin seguros, sin derecho a permisos por enfermedad, sin sanidad, sin medidas de seguridad en el trabajo, sin representación ni asesoría legal en los despidos, personas cuya máxima aspiración ha sido tener las vacaciones en Agosto y poder cogerse todos los “moscosos” antes de fin de año, reprochen a los sindicatos su silencio durante ocho años. Qué curioso que esa frase, repetida en los últimos tiempos hasta parecer cierta, saliera de las filas de los mismos que, no muchos meses atrás, jaleaban la huelga general o las protestas de estos mismos sindicatos contra el gobierno anterior. Señores, que basta tirar de hemeroteca; ya sé que es cansado, pero ¿De verdad no se están dando ustedes cuenta de cómo vuelven a usarnos? ¿No perciben que a base de convencernos de lo malos que son y con estas medidas laborales los están desmantelando sin sustituirlos por nada alternativo?

    No es verdad que los sindicatos se hayan estado quietos, si es más que cierto que a menudo no se movieron cómo y por donde yo hubiera querido, pero entre tanto ¿Hacia dónde exactamente estaba moviéndome yo? ¿Hacia dónde se movían mis compañeros? ¿Cómo si ni yo ni ellos pagábamos cuotas se sufragaban los abogados, los cursos, las oficinas, las bolsas de trabajo? Durante años no nos importó. Si surgía una duda, una complicación, quien más quien menos tenía un amiguete que si cotizaba, conocían al enlace sindical más personalmente y le preguntaban, incluso llamándole a casa fuera de horario, que total, como a ellos les gusta… ¿Qué acaso se podían administrar mejor esos fondos ¡Segurísimo! Podría haber estado ahí, exigiendo que así fuera, aportando mi punto de vista, pero como ya para entonces tenía interiorizado el “Todos son lo mismo” y el “No vale para nada” pues me marchaba a ver el partido o la telenovela, de compras con una amiga, a la parcela de los suegros, o a discutirlo en el bar con otros parroquianos, dejando en suma, que se administraran de otro modo distinto a mi pensar, que hasta se malversaran, puede ser.

   Y para colmo de desvergüenza, de asqueo hasta la nausea, cuando han agotado ese filón,  existen quienes se atreven a poner en solfa el dolor de una madre que, no sola, sino junto a otros no reconocidos, eligió que su dolor no le impidiera seguir expresándose, luchando por lo que cree, continuando con su vida y acaso honrando a su modo personal e intransferible, la memoria de los ausentes. Resulta que ahora también vamos a repartir carnets de víctimas dignas, que la condición de respetable solo la da el marchar en segundo plano y cabecibajos tras los "mandamases". Que se pierde el derecho al consuelo cuando se elige ser útil a un fin y no a otro. Ya lo digo, no solo vergüenza, sino repugnancia pura y dura ante estos que se erigen en paladines del bien pensar y de la buena ciudadanía.

   A Brazoleño le gustaría mucho no sentir que ha de que saltar en defensa de unas entidades que no le convencen y le resultan profunda, radicalmente mejorables, pero llevan viniéndole a la cabeza desde hace unos meses estas  frases tan manidas, tan trágicamente oportunas que algunos atribuyen a Bertolt Bretch
"....Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada".

   Si escuchase una voz al menos que además de maldecir y denostarlo  sugiriese cambio, renovaciones, alternativas, probablemente no fuese así, pero tal como vamos, es tanta la indignación que siente al escuchar ciertas intervenciones que hasta le entran firmes tentaciones de afiliarse, justo ahora y a destiempo, a algún sindicato ¡A ver si va a resultar que esta reforma sirve para algo!¡No te digo!