A veces Brazoleño
calla, no por falta de cosas que decir, sino por tristeza, por cansancio o por
una incómoda mezcla de ambos. A veces es tal la indignación que es difícil
ordenar en un texto la rabia Es el caso
de estas semanas. No sin dolor contemplo como mis coetáneos, esos seres
pensantes que me rodean, van dejando que las cosas sucedan. Con resignación los
menos, con convicción de hechos consumados los más y, sobre todo, lo que más
daño hace, apostolando sobre la conveniencia de estos hechos.
En las últimas
semanas, tras dar carpetazo a toda convicción de progreso, de solidaridad y de
coherencia, los convecinos de Brazoleño, los nuestros en suma, acuden
presurosos a la guillotina, lapidan con precisión de tiro a parientes y
compañeros, se ahorcan a sí mismos eligiendo la soga más oportuna y miran mal a
quien se niega al sacrificio…
No me cabe pensar,
así las cosas, que equivoqué los signos
o que me engañaron. Y no, yo no hablo del engaño de los gobernantes; bien he
sabido desde muy pronto qué cabía esperar de este modelo tan bien empaquetado,
hablo de esas personas que parecían correr a mi lado hacia una misma meta, que
tomaban o pasaban el testigo resollando a mi costado. Esas personas a las que
ahora leo y escucho atónita reclamar al sindicato lo que nunca se atrevieron ni
se atreven a exigir al patrón, vilipendiando al maestro por lo que no han sido
capaces de enseñar ni aprender, descalificando al parado quienes por su quietud
han contribuído a prolongar este estado de cosas.
Brazoleño no
entiende (Y así le va) que sus coetáneos estén asumiendo no ya resignados, sino
con pleno entusiasmo consignas como “Todos los políticos son iguales”, “Los
sindicalistas son unos aprovechados””Los maestros son unos frescos que tienen
más vacaciones que nadie y encima hacen huelgas””Los funcionarios son unos
vagos””Los parados no quieren trabajar”…. ¿Pero de verdad vivimos todos en el
mismo país? ¿De verdad hemos ido a las mismas escuelas, escuchado las mismas
músicas, acudido a los mismos hospitales…? No parece posible.
El españolito con
quien Brazoleño sube en el autobús y compra el pan cada mañana ha asistido
inmutable a hechos que parecen baladíes, pero que sus padres y abuelos
consideraban sueños inalcanzables y ahora, con la misma impasibilidad, con el
mismo adocenamiento, vuelven a la línea de salida repitiendo los mantras:
“Todos son iguales” “Es por la crisis”.
Por la crisis
admitiremos el descrédito de colectivos que son tu hermano, tu vecina, el chico
que siempre te gustó, el hombre que te
da los buenos días en la plaza, la que pasea al perro en tu misma manzana…Todos
nos hemos vuelto sospechosos de antipatriotismo porque no entendemos que
desmantelar los pocos, exiguos logros, sea el camino más conveniente. No,
Brazoleño ni lo asume ni lo acepta y no tiene patria que salvar. Si su patria
se llama mezquindad, cortedad de miras y pancismo, nada la hace estimable.
Es cierto, y por
eso Brazoleño no está afiliado a sindicato ni a partido alguno, ni lo ha estado
nunca, que muchas de esas estructuras de representación propician el abuso y es
también cierto que durante estos años, muchas de sus decisiones se contradecían
de modo evidente con lo que piensa, pero
también es cierto que hacer desaparecer esas estructuras sin alternativas
funcionales es sencillamente volver a todo aquello que quisimos desterrar para
siempre de nuestras vidas.
A ratos Brazoleño,
que siempre pensó que nuestro caudillo era un mediocre que llegaba a tiempo a
casi todas partes (amén de otros detalles que no vienen al caso) tenía toda la
razón al anunciar que todo estaba atado y bien atado: Dejadlos correr, hemos
dedicado tantos años a convencerles de que nada puede hacerse que, a poquito
que se encuentren en dificultades, volverán al redil sin empujarlos y
sancionando a otros por no hacerlo.
Me parece
increíblemente doloroso que los hijos de personas que tuvieron que trabajar sin
contratos, sin seguros, sin derecho a permisos por enfermedad, sin sanidad, sin
medidas de seguridad en el trabajo, sin representación ni asesoría legal en los
despidos, personas cuya máxima aspiración ha sido tener las vacaciones en
Agosto y poder cogerse todos los “moscosos” antes de fin de año, reprochen a
los sindicatos su silencio durante ocho años. Qué curioso que esa frase,
repetida en los últimos tiempos hasta parecer cierta, saliera de las filas de
los mismos que, no muchos meses atrás, jaleaban la huelga general o las
protestas de estos mismos sindicatos contra el gobierno anterior. Señores, que
basta tirar de hemeroteca; ya sé que es cansado, pero ¿De verdad no se están
dando ustedes cuenta de cómo vuelven a usarnos? ¿No perciben que a base de convencernos
de lo malos que son y con estas medidas laborales los están desmantelando sin
sustituirlos por nada alternativo?
No es verdad que
los sindicatos se hayan estado quietos, si es más que cierto que a menudo no se
movieron cómo y por donde yo hubiera querido, pero entre tanto ¿Hacia dónde
exactamente estaba moviéndome yo? ¿Hacia dónde se movían mis compañeros? ¿Cómo
si ni yo ni ellos pagábamos cuotas se sufragaban los abogados, los cursos, las
oficinas, las bolsas de trabajo? Durante años no nos importó. Si surgía una
duda, una complicación, quien más quien menos tenía un amiguete que si
cotizaba, conocían al enlace sindical más personalmente y le preguntaban,
incluso llamándole a casa fuera de horario, que total, como a ellos les gusta…
¿Qué acaso se podían administrar mejor esos fondos ¡Segurísimo! Podría haber
estado ahí, exigiendo que así fuera, aportando mi punto de vista, pero como ya
para entonces tenía interiorizado el “Todos son lo mismo” y el “No vale para
nada” pues me marchaba a ver el partido o la telenovela, de compras con una
amiga, a la parcela de los suegros, o a discutirlo en el bar con otros
parroquianos, dejando en suma, que se administraran de otro modo distinto a mi
pensar, que hasta se malversaran, puede ser.
Y para colmo de
desvergüenza, de asqueo hasta la nausea, cuando han agotado ese filón, existen quienes se atreven a poner en solfa el
dolor de una madre que, no sola, sino junto a otros no reconocidos, eligió que
su dolor no le impidiera seguir expresándose, luchando por lo que cree,
continuando con su vida y acaso honrando a su modo personal e intransferible,
la memoria de los ausentes. Resulta que ahora también vamos a repartir carnets
de víctimas dignas, que la condición de respetable solo la da el marchar en
segundo plano y cabecibajos tras los "mandamases". Que se pierde el
derecho al consuelo cuando se elige ser útil a un fin y no a otro. Ya lo digo,
no solo vergüenza, sino repugnancia pura y dura ante estos que se erigen en
paladines del bien pensar y de la buena ciudadanía.
A Brazoleño le
gustaría mucho no sentir que ha de que saltar en defensa de unas entidades que
no le convencen y le resultan profunda, radicalmente mejorables, pero llevan
viniéndole a la cabeza desde hace unos meses estas frases tan manidas, tan trágicamente
oportunas que algunos atribuyen a Bertolt Bretch
"....Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo
no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era
protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que
dijera nada".
Si escuchase una
voz al menos que además de maldecir y denostarlo sugiriese cambio, renovaciones, alternativas,
probablemente no fuese así, pero tal como vamos, es tanta la indignación que
siente al escuchar ciertas intervenciones que hasta le entran firmes
tentaciones de afiliarse, justo ahora y a destiempo, a algún sindicato ¡A ver
si va a resultar que esta reforma sirve para algo!¡No te digo!