Como no puede ser de otro modo, Brazoleño asiste espantada a
la riada de tropelías que vienen relatándose en los últimos meses sobre los
migrantes, inmigrantes, refugiados y, en sustancia, seres humanos que salen de
sus hogares para buscarse lo que les quede de vida en espacios más propicios.
Le espantaba no menos leer, hace un par de semanas, la cicatería de un más encubierto debate en comisión sobre cuántos desdichados iba a llevar cada euromiembro a su nación, pero las circunstancias van tan rápidas que donde dijeron digo, quienes entonces pujaban a la baja han debido decir Diego y aceptar varios miles más de incomodidades ambulantes. Porque sí, alto y claro hay que afirmar que para quienes hoy se han puesto la medalla de humanitarios, estos seres humanos que llegarán en pocos días, son una incomodidad, un trágala que deben ingerir abruptamente, porque vienen elecciones de aquí a nada y urge apaciguar a la ciudadanía. Quienes hace poco contaban goteras, se aprestan a convencernos de nuestra propia solidaridad, así es la cosa. Y eso que ya en abril, la muy fashion Angelina Jolie hablaba en su discurso para la ONU sobre estos lodos en que chapoteamos.
No va a ser Brazoleño quien reniegue de la acogida, acaso
sí, quien desconfíe, como ya le ha sucedido en otras ocasiones, de esta hospitalidad
sobrevenida en las almas de nuestros dirigentes. De hecho, aunque ha sido la
zancadilla de Petra Lazslo la que ha llegado a todas las miradas bienpensantes
y nos ha permitido sentirnos mejores, los fugitivos sirios llevan varias semanas
recibiendo rodillazos y zancadillas de parte de varios próceres de esos de
comunión cuasidiaria. Esos que dicen de los otros “países amigos” pervirtiendo
y prostituyendo la palabra, pues se
están refiriendo no al territorio ni a quienes lo pueblan, sino al gobernante
que-como ellos mismos-se aviene a componendas ventajosas para sus arcas o
para las de sus otros “amigos”. Se organizan en cuchipandas de
amigotes y arrastran con ellos a los habitantes que, cuando llega el “no te
ajunto” se ven tan damnificados como si hubieran tenido arte y parte en la
pretendida amistad. Si Libia, Siria, Irak o los centenares de países que en
algún momento nuestros dirigentes llamaron amigos lo hubieran sido realmente,
ni habrían accedido a relacionarse con los sátrapas que los mangoneaban entonces,
ni los habrían dejado en la estacada después.
Para empezar, Brazoleño entiende que nadie puede hacerle
amiga de quien no quiera. Será el señor Presidente del Gobierno de turno quien
tenga amistad con la realeza represora de Arabia Saudí, por poner solo un ejemplo.
Brazoleño, desde luego, ni lo invitaría a un cubata en cutre-bar más deleznable
(¡Ah, no! Que tendrá que ser a algo sin alcohol. Pues tampoco, oiga) para
continuar, si en el futuro éste u otro Presidente del Gobierno, parte peras con
SU amigo saudí-por seguir con el ejemplo- no tendrá Brazoleño enemistad con
aquellos ciudadanos de Medina o La Meca a quienes no tuvo el gusto de conocer
ni durante la etapa amistosa ni en la posterior.
Si los ciudadanos constituyen el país y éste es nuestro amigo ¿No
es de ley aprestarse a hacer algo por ellos cuando la vida azota? ¿No está esa
norma por encima de otros miramientos posteriores? Y si no ha de ser así ¿A qué
vino tanta alharaca y gasto fatuo en declaraciones de amistad inquebrantable?
¿No sería mejor haber metido en un calcetín o en una hucha tales dineros para
demostrar en días como hoy nuestra AMISTAD a quienes de verdad importan?
Dejémonos de tonterías, ni los jefes de gobierno de allá ni
los de acá son amigos de nadie, se conducen entre ellos como amigotes
tabernarios que duran lo que dura la cogorza y procuran escaparse sin pagar la
ronda, se corren sus buenas juergas a costa de nuestra credulidad y se
enemistan sin importarles coherencia ninguna, porque seremos otros los paganos
de sus francachelas. Así fue fácil ser sucesivamente enemigo y amigo y enemigo
otra vez de Sadam Hussein, de Gadaffi,
de Al Assad. Así es fácil seguir de amigüito de Obiang y de otros tantos. Es
fácil poner la cruz y raya sobre cualquier gobierno que venga a l caso. Es
fácil porque a la hora de demostrar la amistad, como a la hora de enemistarse,
somos usted y Brazoleño, y yo quienes paguemos con nuestra sangre, con nuestras
vidas y las de nuestros hijos, todos los vidrios rotos.
En este mundo donde llamamos amigos a cualesquiera que
encontramos por facebook o whatsapp y a quien nos aprestamos a mostrar las
fotos en pijama o a relatar nuestras más íntimas sensaciones del día a día,
los gobernantes juegan en su otra liga. Lo malo es que bloquear a un amiguete
incómodo en esto de los territorios y los gobiernos suele ser aún más difícil
que quitarse de encima a un acosador cibernético y deja más rastro, un rastro
de cadáveres, de niños en las playas, sean ahogados o trizados por bombas mientras
juegan al fútbol –qué pronto se nos ha olvidado Gaza- o pudriéndose en vivo por
cualquier virus-poco hablamos del ébola que sigue rondando en el Africa y que
corrió más merced a migraciones y huídas menos mediáticas que la de hoy- Brazoleño no entiende de estas amistades, no entiende ni siquiera
que conmueva más el pobre niño sirio de hace unos días que las decenas de niños
subsaharianos que ni llegaron a las playas, no entiende que mientras todo eso
sigue aconteciendo, haya pretendidos ex amiguetes-de los que hace apenas una o
tres legislaturas hacían piña- que se estén encelando ahora en dibujar fronteras
que igual toca cruzar alguna tarde de éstas. En resumen, sigue sin entender
nada.
Bienvenidos sean los catorcemil novecientos treinta y un
humanos que aceptó nuestro gobierno. Ahora Brazoleño se pregunta ¿Serán
suficientes acogidas? ¿Qué le dirán al fugitivo catorcemil novecientos treinta
y dos? ¿Llamarán a Petra Lazslo para impedir que se nos cuele? ¿Le pondrán la zancadilla? ¿O irá directamente nuestro Fernández Díaz a explicarle lo de las
goteras y lo de los infiltrados de Daesh? ¿Se reunirán de urgencia nuevamente
los amiguetes para repartirse las cuotas como se repartieron los
beneficios?...
Triste, terriblemente triste. Brazoleño solo espera que además
de numerarlos y repartirlos, se les dé un trato digno, acogedor y
reconfortante. Arreglarlo, temo que no va a ser tampoco de ésta.