Hace días que Brazoleño despierta con mal sabor de boca. No
es que los meses anteriores dieran para mucho, pero la realidad se empeña a
veces en torcer lo que no estaba derecho y en acentuar las negruras de un modo
especial.
Las primeras noticias sobre un rebrote del llamado virus de ébola calentaban los interiores de los periódicos o entristecían alguna columna sin molestar demasiado. Hasta se colaban en televisión. Pero el asunto venía para pasarse una temporada entre nosotros.
Las primeras noticias sobre un rebrote del llamado virus de ébola calentaban los interiores de los periódicos o entristecían alguna columna sin molestar demasiado. Hasta se colaban en televisión. Pero el asunto venía para pasarse una temporada entre nosotros.
Empezó a irse de las manos de las ONGs, saltando a países
menos alejados del primer mundo y a reclamar más minutos hasta que a algún
lumbreras, tampoco indaguemos mucho, se le dio en confundir empatía y caridad
con temeridad. A partir de ahí todo ha venido rodado. Aunque la práctica
sanitaria común recomiende aislar y mover lo menos posible los focos de
contagio, de pronto empezó a preocupar que los pobres blancos se muriesen allí,
rodeados por quienes habían sido su familia de facto, pero lejos de sus parientes
legales. Esos derechos que no se favorecen cuando el enfermo está a tres
cuadras de distancia, pero sus familiares no tienen para el autobús, ni cuando
cada uno vive a un lado de una frontera ideológica, o sencillamente
burocrática, los que son opinables cuando se trata el reagrupamiento, se pusieron en valor para comenzar a repatriar
enfermos del actualísimo virus…
Fue la coartada que animó a muchas autoridades, y entre
ellas las nuestras, que repatriaron sucesivamente
a tres españoles (con Pajares venía otra persona que resultó no padecer ébola,
pero que podría haberlo padecido según los síntomas con que fue embarcada). Esta
fue la razón aducida, la humanidad ¿Me permiten carcajearme? Brazoleño ya lo
hace, aunque con una risa helada y triste. ¿Humanidad? ¿Es humano dejar a los
compañeros no hispanos en tierra cuando el avión tenía al menos otra plaza,
restregarles su pasaporte africano? Ese esfuerzo económico y logístico ¿No
podría haberse hecho antes para embarcar medios básicos y hacerlos llegar a
aquel hospital? Esa misma Guinea con cuyo presidente se codeaba el nuestro
pocos días antes del evento, sin importarle su condición de dictador ¿No era
cuna idónea para hacer a Paciencia Melgar merecedora de humanidad? Visto lo
visto, igual hay que pensar que mejor para ella y que el espanto de verse
abandonada a sus fuerzas y a sus anticuerpos valía la pena. Les valió la pena, al menos, a esos mismos desalmados que menos de un mes después de su victoria contra
la enfermedad le reclaman la sangre y ponen a su disposición un avión, ahora
sí, para intentar desfacer algún entuerto…
Brazoleño siente que el teclado no da para expresar toda la
indignación y toda la repugnancia que esta historia le produce, pero sigue
pensando. Piensa qué anima los cerebros de quienes ejercen el poder sanitario y
mediático de su país. Qué clase de construcción mental puede llevar a ningún
responsable a encarar con chulería tabernaria un contagio, qué tipo de calidad
emocional y moral puede llevar a alguien a decidir que otro alguien no se suba a un avión y con el mismo cuajo, ofrecerle luego plaza para sacarle la sangre
en sentido literal y figurado, como si de un thriller gore se tratase. No hay
teclado que lo exprese.
Es tanta la rabia, la repugnancia, que a Brazoleño le cuesta
volver al título de esta entrada. “No soy Teresa” se refiere a
Teresa Romero, esa auxiliar de enfermería-que no enfermera- contagiada por el
dichoso virus y que a estas horas parece haber podido con él, ayudada-nos
dicen- por el suero de Paciencia Melgar, superviviente también al virus y a los
despropósitos humanos… Estas dos mujeres, cada
cual a su manera, han encarado al virus, se han remangado figuradamente-que en
otra forma no era recomendable- y han estado limpiando esputos, heces y vómitos,
aseando cadáveres para que tuvieran un mínimo de dignidad aún en ese trance
último, dignidad que otros, sin remangarse ni perder el pulso, les negaron a
ellas dos, cada una en su ámbito y a su manera. Ambas se han contagiado en ese
esfuerzo y han conseguido que sus respectivos organismos derroten al ébola.
Nadie le pidió explicaciones a Paciencia sobre su contagio,
la dejaron allí a su suerte, sin preocuparse de si sus calzas,- en caso de
tenerlas- habían estado bien sujetas, de cómo se desvistió o de si se tocó la
cara. Bastante hicieron con no dejarla subirse a un avión que tenía plaza, pero
que no iba a Guinea. Sin embargo, desde que empezó a parecer que superaría esta
espantosa muerte, empezó a cobrar interés para los blancos de acá.
Mientras, ni escarmentados ni prudentes, esas autoridades
tan humanas y solidarias, decidían que podían volver a intentar otra
repatriación (del envío de ayuda seguían debatiendo en los foros internacionales
con las restantes autoridades humanas y solidarias como ellos). Para ese entonces,
ya se había bajado aún más la guardia, ya se había empezado incluso a sacar
pecho ante el mundo y a presumir de gestión, jugar al póquer cuando las fichas
son las vidas de los demás es muy fácil y suele ser divertido.
De lo sucedido a continuación hemos leído y escrito casi
todos, pero en esencia baste decir que de tanto ir a la fuente del ébola- por
cierto, pobre río de nombre maldito ya para siempre-el cántaro se rompió por
donde cabía esperar, una auxiliar, que no enfermera -de ahí que estuviera aún
más expuesta, por ser quien se ocupa del trabajo grueso de la atención médica-.
¿Podría haber sido cualquier otro sanitario? Seguramente sí, cuanto nos han
contado hace pensar que sí, que incluso el jefe de pista del aeropuerto si se
lo llegan a proponer con un poco más de empeño hubiera podido caer infectado. Sin duda,
no las autoridades humanas y solidarias que desde sus despachos, sus congresos
y comités continuaban decidiendo qué hacer en Africa y descargando tarea en las
ONGs. La aldea es global, no igualitaria.
Pero Brazoleño no es Teresa, ni tampoco es Paciencia, así
que no sabe con qué cuerpo encara uno el después, el haber vivido en una
burbuja maldita para salir con sus anticuerpos a encarar tanto patógeno
irremediable como les espera a ambas. Por un lado la basura que aún estarán
dispuestos a echar encima muchos de esos humanos y solidarios congéneres que no
han tenido empacho en usar de ellas para salvar el propio culo -infecto por más
que se lo froten-que continuarán sin tener empacho para ello. No sabe tampoco
cómo encara una la distancia, el recelo de algunos, el estigma que, muy a su
pesar deberán percibir cuando vuelvan a sus vidas, cómo atender al zarandeo
mediático, al uso y abuso que muchos harán de esta vergüenza. Porque sí, esto
es una desdicha, pero sobre todo es una vergüenza. Una vergüenza que se siga
dilucidando qué y cómo se hará para afrontar el virus en tierras africanas
mientras se dilapidan esfuerzos y dólares en atender las mal llamadas
necesidades de este primer mundo. Vergüenza que se siga malenviando ayuda
institucional y fiando lo poco de bueno que allá se hace a las ONG´s…
Una vergüenza que todo este caos de dos semanas vaya a
servir para que algunos próceres y “próceras” (en consideración a la corrección
feminista que nos asedia )estén ya apresurándose a presumir de sanidad pública -Sin ir más lejos, Doña Cristina Cifuentes ya en twitter, que le ha faltado
tiempo a la pobre mujer- o para que algunos oportunistas se desparramen ya
solicitando medallas y condecoraciones a través de change.org, (que del otro lado
también hay lo suyo).
No son Teresa esta caterva de aprovechados con moral
delicuescente que se aprestan a sacarle la sangre mediática cuando apenas ha
cambiado de planta del hospital. Tristemente, ni la sangre de Teresa, ni la de
Paciencia, servirán para detener el virus en el lugar de origen, en ese punto
por el que este mundo nuestro sigue muriéndose entre vómitos sanguinolentos,
heces y fiebre. No. Esta crisis acabará pasando, porque siempre hay Teresas y Paciencias que lo recogen todo hasta empeñar la vida.
Pero Brazoleño no es Teresa, de ahí que haya venido con sus
vómitos hasta aquí. La realidad es incluso más sucia.