"Menos mal que existen los que no tienen nada que perder, ni siquiera la historia."

Mi república

Acudí a una de las pocas celebraciones familiares que aún practicamos. Tres generaciones, que rara vez coincidimos, procuramos acudir a esta cita anual. Teníamos una mesa reservada en un salón estrecho y alargado. En el otro costado, una mesa algo más larga esperaba a sus ocupantes.

Apenas habíamos comenzado a pedir nuestros platos cuando llegaron los vecinos. Ruidosos,exhibiendo todo el muestrario de mercaderías que pueda caber al asunto.Gorras, muñequeras, insignias, mochilas, coleteros, anoraks,y, por supuesto banderas desplegadas a tutiplén. En su búsqueda de acomodo empujaban nuestras sillas zarandeaban e interrumpian la labor de los camareros que se esforzaban en encontrarles sitio. Los miembros más jóvenes de nuestro grupo miraban sorprendidos y sin entender, en tanto que los demás nos mirábamos con media sonrisa.
Tras más de un cuarto de hora de revuelo pudimos continuar con la comida.A los postres nos sirvieron una voluminosa tarta de cumpleaños con un rotundo 90 en lo alto. Alguno de nosotros inició un tímido cumpleaños feliz y los demás lo secundamos. Los ocupantes de la mesa vecina, algunos puestos en pie y tratando de bailar sus banderas, comenzaron a dar vivas a la república, incluso intentando subir sus voces por sobre nuestro cántico de felicitación.

La  más joven de mi grupo, sentada junto a mí, preguntó a su hermano qué era la república y acabó de rematarme. No en vano, creo pertenecer a una familia donde ese concepto está más que vivo, podría afirmar que su abuelo, de haber estado presente, hubiera sentido un agudo dolor, pero acaso me confundo... Enseguida el hermano mayor, sentado enfrente, comenzó a explicarle que la república era más o menos el gobierno de los rojos y esas cosas -¿No los ves?- Dejé a un lado mi tarta y quise explicar a ambos que república significa otra cosa, en esencia que el cargo de jefe del estado sea elegido y no heredable, que hay repúblicas muy de derechas y que incluso en aquella república que los escandalosos vecinos parecían festejar, hubo personas extremadamente conservadoras. Me miraban como a un bicho raro y pronto volvieron a sus propios pedazos de tarta. Los  de enfrente continuaron por un buen rato con su festejo reivindicativo.

De vuelta en casa pensé en ese muchacho, ya concluido el bachiller y empezando a ser adulto, con una tan confusa idea de lo que podría ser un gobierno alternativo en un país europeo o, cuando menos, de lo que ya es gobierno en la mayoría de paises. Pensé en sus mayores y en los míos, algunos de ellos han sufrido en sus propias carnes la lealtad a un modelo que se consideró ilegal y punible por muchas décadas, hablando en voz baja, intentando simular ante nosotros una normalidad que no era tal hasta que fuimos nosotros mismos, los de mi generación, quienes comenzamos a mover ficha, a preguntar con insistencia, a reclamar un trocito de aquella herencia familiar que andaba recogida en los cajones... Y pensé también en aquellos comensales, me sentí tan alejada de ellos, de su estridencia inoportuna, de su necesidad de imponer su cántico sobre el nuestro que, a fin de cuentas no tenía porqué ser enemigo...¿Qué conclusión podía sacar aquella muchacha respecto de ellos y de lo que defendían?

Llegué a sentirme mal conmigo, como si un punto de extraño clasismo se hubiera adueñado de mí, pero volví a recordar a los míos, que nunca fueron maleducados molestando a una familia. Volví a recordar a los amigos de mi padre y de mi abuelo, a sus parientes y vecinos militares, sacerdotes algunos, todos respetuosos entre sí y con ellos, todos apreciados en sus enormes divergencias...Todo tan lejano de aquella representación estridente y vana.

Uno de los mayores logros de los enemigos de la república ha sido hacer que sea percibida como la sintieron estos jóvenes el día del cumpleaños, como algo incómodo, de un folklorismo grotesco, sin sustancia, con regusto a moho y naftalina  En los tiempos del instagram, la república y muchos reivindicadores salen mal en las fotos  y se hacen propaganda en contra porque la rabia mal gestionada se saca en procesión fuera de tiempo, incomoda en lugar de convencer. Los republicanos de charanga y pandereta, los sectarios, tienen que ser contados, por desgracia, entre esos enemigos de la causa. No es esto, compañeros, no es esto.

Defender una república no es cuestión de hooligans, de believers o de cualesquiera otros exhibicionismos superficiales. Cierto que un símbolo identificador dice mucho en momentos en los que decir es complicado. Pero por sobre todo debe quedar la sustancia. La memoria de tanto silencio impuesto no debería distraernos de lo sustancial, los hechos diarios. Si mi abuelo y sus hijos me contagiaron las convicciones no fue por la vía del acoso, sino por la actitud constante en el ejercico de la equidad, del respeto al otro, de la reflexión y de la escucha. Si quiero que esta tierra sea un día república no será para reponer banderas tricolores y seguir en el mismo marasmo, sino precisamente para que esa bandera cobije unos modos de hacer diferentes.

Ese jueguito de distraer con los símbolos está ya muy usado, aunque parece que sigue calando. La venta de frases de Gandhi o de posters del Che, por ejemplo, es aún mercado floreciente, pero nos cansa acudir a votar con demasiada frecuencia-siempre que no sea online para elegir quién se queda en el reality de turno- Protestamos por leyes que la mayoría no ha leído y nos dejamos hacer luego con la malsana cantinela del "son todos iguales". Yo sé, lo vivo, que no son todos iguales, pero averiguarlo y actuar en consecuencia requiere esfuerzo, convicciones asentadas en lecturas, información y reflexión, sacrificios y renuncias varias, incluso reenfoques y matices pero sobre todo, implicación en la gestión de lo nuestro. A muchos no les sale a cuenta, así que es fácil ponerles a mano un par de objetos coloridos, decirles que eso los representa y que salgan al mundo a alardear de ello. Así tenemos a los seguidores de un club de fútbol, de un cantante pop o de un partido político, así logramos que a los jóvenes les carguen las batallitas de los abuelos o las toleren como parte de su deterioro cognitivo, logramos que una enorme cantidad de españoles de las actuales generaciones desconozcan cuántos intelectuales e idealistas murieron o debieron exiliarse no por un trapo con mejor o peor combinación estética, sino por lo que con ese símbolo se pretendía representar. Quienes pueden apalear a otro porque lleve un escudo del Betis o que son incapaces de apreciar lo bien que juega  alguien con camiseta que otros colores, tienen muy fácil menospreciar a cualquiera que no cante su himno o al que ondee banderas de otros tonos. Y en ese despiste, los enemigos de todo y de todos siguen a lo suyo tan a gustito.

Puede ser saludable reunirse con los afines y reconfortarse, darse sustento emotivo. Pero ese sustento no debería ser contra los no idénticos, sino a favor de nosotros mismos.

Mi bandera es tricolor en tanto que recuerdo y emoción, pero lo que me importa, por sobre todo, aquello a lo que aspiraré no se resume en cantar desafinando un cántico, en vociferarlo más alto que otros cánticos sino en hacer humanidad y tratar de tener claro que mi enemigo, por usar un lenguaje sencillo, no es quien lleva otra bandera, sino quienes nos vendieron ambas y, a la postre, las usan para vendarnos los ojos con ellas.