"Menos mal que existen los que no tienen nada que perder, ni siquiera la historia."

DE ANCIANITOS Y ESAS CUESTIONES

 

Una de las cosas que me ha costado sobrellevar sin exabruptos durante esta crisis, ha sido la hiperveneración y sobredimensión que se da al asunto ancianidad en los medios y las redes. No porque carezca de importancia cuanto ha ocurrido, sino por el enfoque: Los que más lo merecen” “Los que más han hecho por nosotros” “NUESTROS abuelos” y muchas otras expresiones encumbradoras salen por doquier de bocas, plumas y teclados como si mágicamente, ser anciano les hubiera hecho devenir en entidades beatíficas que aleteaban sobre lo cotidiano exhalando perfume de santidad.

Es cosa común desde hace tiempo, pero parece acentuada desde la declaración de esta pandemia, el  que se trate de los ancianos con una suerte de veneración que a menudo es más fingimiento colectivo que implicación real. De pronto todos hemos descubierto que tenemos abuelos valiosísimos, amorosísimos y emeritísimos.¡Ja!

No me voy  referir solo al hecho de que muchas de las personas afectadas por este virus  lo hayan padecido en residencias en las que habían sido aparcados y apartados por sus deudos, porque siendo más que cierto que muchos familiares, amantísimos de los suyo, han padecido el desgarro de asumir que ya no pueden atender a sus ancianos como necesitan, no lo es menos que  otras personas les había faltado tiempo para alejarse de la fealdad o del incordio de los olvidos, los pañales y la carencia de pulso o de equilibrio sin tanto remordimiento como aparentan. De todo ha habido. También conozco algún caso de persona que ha preferido ella misma asilarse en un centro especializado con los ahorros que le pudieran quedar que seguir a merced de sus descendientes...

Los abuelos, como los cincuentones o como los jóvenes, son variopintos. Lo que los aúna es que tuvieron hijos y estos hijos tuvieron a su vez los suyos. Hay además quienes son ancianos por el solo hecho de que nacieron hace mucho tiempo;  ni hijos, ni legados singulares, fueran materiales o intelectuales. En todos estos años, además de seguir vivos han podido ser seres entrañables o criaturas inmundas, sabios o zopencos de talla. No, no es verdad que merecen nuestros honores porque son “la mejor generación” ni porque “han pasado las penurias de una guerra y una posguerra” eso es hacernos trampas, empezar a asumir que el resto, como ya no seremos ni serán los mejores, como no habrán ni habremos pasado por según qué  terribles acontecimientos, YA NO MERECEMOS, se nos pueden negar el respeto, y los cuidados.

Nos escandalizó el triaje cruel de las residencias y nos echamos las manos a la cabeza, creo que con razón. ¿Hubiera sido más oportuno decidir que los menores de treinta, que en su mayoría podían ser “ninis” o  al menos no tener cargas familiares, eran los sobrantes? ¿O acaso señalar a los de mediana edad que total ya han vivido lo suyo y ni van a alcanzar jubilación? ¿De qué estamos hablando?

Los ancianos, TODOS, los que fueron buenos, los malditos bastardos, los mediocres –que serán mayoría, como sucede en cada generación- los valientes y los cobardes, los que ganaron guerras y quienes siempre las pierden, TODOS, merecen el respeto, la dignidad y la protección que toda sociedad honesta y solidaria debe A TODOS LOS SUYOS, porque esa es la esencia y el sentido de vivir en sociedad, el resguardo y el amparo que el grupo proporciona a cada uno de sus individuos. No nos hagamos trampas, no dejemos que nos las hagan. NO IMPORTA  cuánto de bueno hizo un anciano por mí, importa cuánto de bueno puede hacer esta sociedad que nos hemos dado él, tú y yo por todos y cada uno de los suyos, desde el principio hasta el final.

No tiene que dolerme más una muerte que otra, no tiene porqué ser menos grave un descuido que otro. El niño porque empieza su camino, el anciano porque lo concluye y los demás porque estamos en ello. Nos necesitamos para que el puzzle esté completo. Por los recuerdos, por los olvidos, por las preguntas, por las dudas, por las esperanzas. No debemos permitirnos clasificar ni permitir que  nos clasifiquen en la dignidad ni en el amparo, no debemos permitir que nos abran fisuras por las que colar sus zumos miserables. Quienes detentan el poder- uso el verbo con plena intención- de vez en cuando nos necesitan menos juntos, menos colectivo, más individuos amontonados, para que sea más fácil que hagan sus cosas a su modo e interés. Nos inducen la percepción de las diferencias. Son las pieles, el género, la patria, la edad o el acento, Remarcan lo trascendente de esa diferencia para bien y para mal nos ordenan, nos convencen de sus clasificaciones y nos tienen catalogados y empaquetados para sus asuntos que, pocas veces son los nuestros.



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